En unos días colgaremos las fotos para que podáis verlas mejor.
MACHADO
CON DELIBES
Un pueblo sin literatura es un pueblo mudo.
(Miguel Delibes)
Ayudadme a
comprender lo que os digo
y os lo explicaré
mejor.
(Antonio Machado)
Como cada año, Machado visitó a Delibes. Fue el sábado dieciocho de
mayo de 2.013.
Una hilera de coches llegó al Valle de Sedano.
—¡Buenos días, Don Miguel!
—¡Buenos días, Don Antonio!— Ambos se alegraron del encuentro y lo
demostraron con un fuerte apretón de manos y un abrazo. Pero nadie lo vio.
La primera parada se realizó en Orbaneja del Castillo y de allí partió
la primera ruta. Los niños comenzaron a bajar de los coches con su habitual
alegría y el lugar perdió el silencio, la paz y el sitio para aparcar.
La jornada comenzó con una caminata de once kilómetros por un tramo
del GR-99 del Ebro. Los niños se portaron muy bien. Y los adultos, casi todos,
también. Los mandos de este ejército nos contaron varias veces: en la puerta
del colegio, al llegar, al pasar el puente. A mí me quedó la duda de si, otros
años, en algún otro puente, alguien desapareció. Tendré que apuntarme a más
eventos para atreverme a preguntar.
La mañana transcurrió con mucha
paz entre el murmullo chocolateado del río y la transparencia de sus arroyos y
cascadas, el balanceo de las hojas en los árboles con la brisa. La frescura de
la lluvia mansa y el sonido húmedo y gelatinoso de las botas contra el barro.
La magia de aquel entorno me hizo dudar si el sendero se deslizaba por
terreno castellano o si mi navegador se había despistado buscando el norte. El
color verde intenso se colaba sin piedad en la retina de mi objetivo. Las
babosas salieron al paso para saludar a lo largo de todo el trayecto. ¡Y fueron
unas cuantas! Se oyó una voz infantil que hacía recuento de ellas, el último
número que se escuchó fue treinta y siete.
El Señor Delibes fue muy considerado con los preparativos del evento,
llegando incluso a luchar contra la predicción meteorológica. Tan humilde como
siempre, sin pretender que pareciera abuso de poder, respetó que siguiera
adelante la lluvia, pero lo cuadró de tal manera que nos permitió hacer la ruta entre nublados y sol y comer
bajo un cielo encapotado. Después de comer, prefirió ya que nos acercáramos a
su hogar y para ello envió un aguacero hasta el parque de San Felices del
Rudrón.
No hubo pérdidas en el traslado a la Residencia Universitaria de Don
Miguel y, como siempre la organización se ocupó de todo. A la entrada de la
Residencia nos volvieron a contar. Y fue casi perfecto, si no hubiera sido por
una pobre novata que creyó escuchar su nombre antes de tiempo y, al parecer, se
coló en una planta que no le correspondía. La pobre mujer, dejó a la
organización recolocando familias mientras ella tomaba un café. Está por
decidirse si en próximas salidas se admitirá
su inscripción.
Tras la ducha, el tiempo volvió a dar una tregua y se pudo pasear por
el pueblo, contemplar sus casas con balconadas y piedra de sillería. Los
escudos de sus fachadas y respirar el aroma a leña que aún se evaporaba de las
chimeneas. Visitamos el Molino, pese a que nuestros conocimientos sobre
ingeniería tradicional y popular sean muy limitados. –Hablo por mí, que en el
mecanismo del molino, me sobraban piezas y aún no tengo claro si se lo expliqué
bien a mi retoño. Afortunadamente es demasiado pequeño para percatarse de ello,
ni para hacer reproches.-
Tomamos algo, luego cenamos. Y había más.
La chiquillería que parecía, aún después de la cena, atacada por una
convulsión de hiperactividad y sobredosis de gritos, desapareció de nuestra
vista en el momento que se decidió que los adultos hiciéramos un encierro en el
salón. Llegaba la hora del aquelarre. Sobre una mesa: licores y refrescos. Sin
posibilidad de colacao. Sobre otra mesa:
paquetitos y paquetones, colores surtidos en los envoltorios. Hasta lazos que
agarraban formas apetitosas. Se hizo de nuevo la paz. Un poco de silencio.
Los números del uno al treinta y seis –uno menos que las babosas-
marcaron el orden en que se abrieron los regalos. Y cuando finalizó la entrega
de premios, comenzó la rapiña. En el momento que cada regalo tenía su
propietario, nos brotó la idea del “vino veo, vino quiero”, se abogó por el
“choriceo” y aquello se convirtió en un baile de trofeos y vajillas encajadas.
Los fulares se movían de cuello en cuello como serpientes al son de la melodía
encantada. Incluso en mi timidez de esa primera vez, y pese a que mi regalo fue
una carterita preciosa, me lancé a los brazos de un aparatito que me apetecía
más. Y de nada le sirvió al pobre hombre que lo agarraba ponerme carita de
pena. ¡Hay momentos en los que se pierde la ternura!
Esa noche, hasta en sueños, seguían resonando en mi cabeza las dos
frases más escuchadas en la velada: ¿Y mi chorizo? ¿Dónde está el Protos?
La mañana siguiente también nos dio tregua y la organización, como de
costumbre, cumplió a rajatabla su misión. Antes de llevarnos al camino desde el cual partía la siguiente excursión
tuvieron la deferencia de mostrarnos otro barrio del pueblo que aún no
conocíamos. Alguna de aquellas calles debía de tener especial relevancia porque
pasamos más de una vez por ella, aunque no conseguí averiguar en qué estribaba su
importancia.
Visitamos las tumbas, la iglesia, foto de grupo, y entre “tú aquí y tú
allá”, “los bajitos delante y los altos detrás” para los niños un bollo y otro
paseo más, transcurrió la mitad de la mañana. Después algunos se fueron a
Moradillo de Sedano otros al Centro de Interpretación. Nuestro anfitrión nos
permitió pasear de nuevo sin lluvia.
Comimos. Otra foto de grupo… ¡Porras, no cabemos! ¡Al abordaje en las
escaleras, cubran los laterales, cuélguense de donde puedan, todos al suelo,
tumbaos más! ¡Van dos! ¡Otra por si acaso!
Llueve otra vez. Cada cual a su coche. Desfile de vehículos llenos de
niños. Se volvió a respirar la paz. Se escuchó la despedida en el silencio.
—Gracias por todo, Don Miguel. Perdón por el griterío.
—Hasta pronto, Don Antonio.
Se abrazaron de nuevo y nadie lo vio.
Después de la verdad nada hay tan bello como
la ficción